La conectividad de los ríos entre los Andes y el Amazonas se está perdiendo. 142 represas hidroeléctricas ponen en riesgo a las más de 600 especies de peces.
Que la conexión entre los Andes y la Amazonía se está perdiendo no es nada nuevo bajo el sol. El IDEAM, Parques Nacionales, el Instituto Sinchi y otras autoridades científicas y ambientales han advertido hasta el cansancio que la deforestación –que en 2016 alcanzó las 178.597 hectáreas, el 60.2% en la Amazonía colombiana– está rompiendo la conexión natural que hay entre estas dos regiones. Sin embargo, la queja de ictiólogos, autoridades del agua y otros científicos es que la pérdida de la conexión natural que hay entre los ríos andinos y amazónicos está siendo subestimada, tanto por algunas instituciones científicas como por los gobiernos.
Con eso en mente, en junio de 2015, 13 investigadores de la Universidad Javeriana, de la Universidad Central de Quito, la Universidad Mayor San Marcos, de Perú, la Wildlife Conservation Society, del Instituto de Agua y Ambiente de Florida (Estados Unidos) y otras instituciones de investigación en ictiología y recursos acuáticos se dieron a una tarea: determinar el efecto de los proyectos de represas hidroeléctricas construidos –y por construir– en los peces de la Cuenca Amazónica que migran desde los Andes.
Durante dos años, revisaron documentos de planificación y bases de datos de las autoridades ambientales y energéticas de los países andino-amazónicos –es decir, que mantienen la conexión entre estas dos regiones naturales– y las cruzaron con las listas más completa de peces de agua dulce. Luego, recabaron los datos de todas las hidroeléctricas que están construidas o por construirse y las ubicaron en uno de los mapas hidrológicos de HydroSheds. Esta investigación de “minería de datos”, publicada esta semana en la revista Science Advances, reveló lo que los investigadores temían y que estudios previos subestimaban: las hidroeléctricas están fragmentando la conectividad entre los Andes y la Amazonía.
Lo primero que encontraron es que los datos estaban desactualizados. El número de represas en operación es casi dos veces más alto del que se reportaba anteriormente para la Amazonía Andina. En total, 142 represas hidroeléctricas ya están construidas o en construcción, y 160 están siendo propuestas. Estas represas drenarán las cabeceras andinas del Amazonas, a lo largo de ocho cuencas: Caquetá, Putumayo (Colombia), Ucayali, Marañón (Perú) y Madeira (Brasil).
Lo segundo, que los efectos de las hidroeléctricas sobre los ríos han sido vastamente subestimados. “Evaluaciones anteriores han ayudado a documentar las tendencias generales, pero a menudo ocultan la naturaleza jerárquica de las redes fluviales, tratan a la cuenca del Amazonas como una sola unidad y no consideran las consecuencias de las pérdidas en la conectividad entre los Andes y la Amazonía”, se lee en el estudio.
El asunto es que subestimar el problema implica que las licencias ambientales para las represas son “estándar”, cuando deberían ser específicas para cada cuenca, pues el impacto ambiental depende de las características del río: si lleva sedimentos, si está cerca de asentamientos humanos, etc.
Tercero, las represas amenazan gravemente a los peces de agua dulce de la Amazonía. Los ríos que se originan en los Andes (como el río Putumayo y Caquetá) controlan los sedimentos, el flujo del agua y el cultivo de alimentos río abajo. Puntualmente, contribuyen a casi la mitad del flujo anual sobre el río Amazonas y exportan masivas cantidades de sedimentos, materia orgánica y nutrientes hacia la Amazonía, que son tierras más bajas. Por la misma razón, de estos procesos depende el hábitat para muchas especies cuya diversidad alcanza un pico en el Amazonas, con 3.500 especies registradas de las 5.000 que se conocen en el mundo.
Según el último reporte –que los investigadores tomaron de la base de datos Amazon Fish– en las cabeceras andinas del Amazonas habitan 671 especies de peces. La mayoría de ellos migran miles de kilómetros entre las tierras bajas y los Andes, como el Trichomycterus barbouri, o “chipi chipi”, una especie de bagre muy pequeño que recorre distancias de casi 300 kilómetros en la amazonía boliviana. Peces como la dorada, que también migra, proveen la proteína de la que dependen 30 millones de personas que habitan en la cuenca del Amazonas.
El problema es que la mayoría de las hidroeléctricas se encuentran en el piedemonte amazónico, fragmentando esta conexión natural y este viaje hacia la Amazonía. Esta situación ya ocurrió en el Río Madeira, en Brasil, donde las presas Santo Antonio y Jirau, justo arriba de los ríos Madre de Dios, Beni y Mamoré, por lo que el flujo natural de estas tres cuencas está interrumpido.
Las represas controlan el paso del agua de acuerdo con la demanda eléctrica, se alteran los flujos del río, que no corresponden con las estaciones ni con las señales que los peces como bagres y pirañas usan para orientarse desde hace miles de años. Si la temperatura del agua aumenta –bien sea por el cambio climático o por el efecto de turbinas y generadores de las represas–, los huevos fecundados no tienen mucho chance de sobrevivir, tanto para las especies migratorias como para las que no lo son.
Lo que anticipan los investigadores es un decrecimiento en la cantidad y la diversidad de los peces de la Amazonía Andina, particularmente en las cuencas de Marañón, Ucayali, Beni, Mamoré y Madre de Dios.
Otra de las conexiones que se pierden con las represas y que afectan directamente a los peces son los sedimentos que bajan desde altas tierras andinas hacia la relativamente plana amazonía. Estos determinan la migración de los peces, porque entre más sedimento, más alimento. “Los sedimentos andinos influyen en las costumbres de los peces y por extensión, aseguran o afectan los recursos para los pescadores, la posibilidad de navegar por el río, la agricultura en las llanuras inundables –que depende de los sedimentos para la tierra fértil) y las prácticas culturales alrededor de estos oficios”, dicen los investigadores.
Según sus cálculos, las represas andinas atraparían hasta el 100% de los sedimentos, y aunque muchas estén distantes de las tierras bajas, la alteración en la cantidad de sedimentos que baja por el caudal transformaría la Amazonía.